Columna
del colega Eric Núñez
En
un espacio de 24 horas, Félix Hernández pasó de ser un orgullo nacional a un
paria y egoísta pelotero que por el dinero no se atreve a defender los colores
de Venezuela en un campeonato internacional.
Equivocada.
Injusta. Desproporcionada. Así se podría tildar la reacción en contra de la
determinación del "Rey Félix" de no lanzar por Venezuela en el
Clásico Mundial de Béisbol.
"Lo
que hago lo hice por mi familia así si quieren seguir escribiendo tonterías
háganlo pero ustedes no saben por lo que estoy pasando", salió a escribir
Hernández en su cuenta de Twitter para tratar de apagar el fuego desatado.
Y
es una decisión que está completamente justificada, ahora que el derecho está a
punto de pactar el contrato más lucrativo de un pitcher en la historia de las
Grandes Ligas. Después de todo, son los Marineros de Seattle, y no la selección
venezolana, los que le pagarán unos 175 millones de dólares por los próximos
siete años de su carrera.
Aquí
el problema radica en la ilusión, que se ha germinado en la región beisbolera
de Latinoamérica, de que el primer compromiso de un jugador profesional de
Grandes Ligas es con una selección nacional.
Mariano
Rivera puede ser considerado como el mejor relevista de todos los tiempos, pero
en su natal Panamá siempre le echan en cara el haber declinado participar en el
Clásico Mundial para darle prioridad a los Yanquis de Nueva York.
Como
tal, el Clásico recién se disputa desde 2006 y la cita del próximo mes será
apenas la tercera.
Hay
que sincerarse para decir esto: este es un torneo que apenas despega y todavía
está lejos, muy lejos, de la importancia y tradición de competencias como la Copa del Mundo de fútbol o
unos Juegos Olímpicos.
También
hay que dejar a un lado la ingenuidad y entender la razón de ser del Clásico
Mundial: este es un proyecto concebido por Grandes Ligas para penetrar en
mercados en los que el béisbol no tiene el mismo nivel de popularidad que en
Norteamérica y el Caribe.
Se
busca entrar en Europa, se quiere explotar otros países de Asia que no sean
Japón y Corea del Sur.
Marginado
del programa olímpico y con un campeonato mundial que pasa inadvertido, el
Clásico es la apuesta de Grandes Ligas y la federación internacional para que
el deporte cobre relevancia más allá de sus territorios asiduos.
Loable
idea, pero esto toma tiempo y mucha paciencia.
El
Clásico sufre cuando se la compara con la Copa Mundial de
fútbol, la cita deportiva que paraliza a todo un planeta y que se disputa desde
1930.
Armar
los equipos de un Clásico con jugadores de Grandes Ligas es todo un suplicio
debido a las fechas en los que ha sido programado: el mes previo al inicio de
la temporada regular, con peloteros que han estado fuera de actividad hasta más
de tres meses.
La
reticencia de los clubes de soltar jugadores que vienen de lesiones es otro
impedimento.
Fíjense
en el caso de Johan Santana, otro venezolano que en su momento tuvo el contrato
más rico de un lanzador en las mayores. Se dice que el zurdo desea ir al
Clásico, pero que su equipo -los Mets de Nueva York- prefiere que no lo haga.
Santana
entra en 2013 al último año de un pacto de seis por 137,5 millones. Cobrará
25,5 millones esta temporada. Este es un pitcher que se perdió todo 2011, con
un salario de 22,5 millones, tras someterse a una delicada operación en el
hombro. Su campaña de 2012 fue interrumpida en agosto al padecer de diversas
dolencias físicas, además de alcanzar el peor promedio de carreras limpias
permitidas de su trayectoria (4.85).
Tras
canjear a R.A. Dickey a Toronto, los Mets necesitan más que nunca de los
servicios de un Santana sano y aprovechar el último año de su contrato.
Si
se hiciera un sondeo entre fanáticos en Estados Unidos, pidiéndoles su punto de
vista a que uno de los pilares de su equipo, como un Santana, se pierda la
pretemporada para ir a un torneo internacional que se llama Clásico Mundial,
muy seguramente recibirá una respuesta cargada de furia.
Estos
jugadores fueron formados por estos clubes, que pagan sus millonarios salarios.
Y estos mismos jugadores se ganaron esos salarios a punta de trabajo y
sacrificios personales, al margen de ayudas de gobiernos, saliendo de la
pobreza abyecta en sus países.
Antes
de salir a criticar tanto a un Félix Hernández, ese esfuerzo estaría mejor
invertido en ayudar a los tantos muchachos que regresan a sus países tras no
lograr conseguir el sueño de jugar en Grandes Ligas y quedan tirados a su
suerte.
Texto: Eric Núñez, agencia AP